Soy Latinoamericano. Mis fronteras no son de odio, son de amor con todos los pueblos que se desgranan a mi alrededor. No conozco deferencias de fondo en las características de nuestra geografía, cultura o historia.
Reconozco con orgullo el Espíritu Bolivariano que nos cubre; nuestro cielo es el cielo más claro y nuestras aguas son las aguas más límpidas porque fueron iluminados y purificadas por la grandeza de su Libertador.
La patria de Montalvo sería incompleta sin la pujanza de la Patria de Martí: somos una sola historia fragmentada y entrecortada.
Todos nuestros odios deben sobreponerse si queremos crecer. Que todos nuestros recursos no sirvan de elemento de oprobio para la humanidad, por el contrario, que nuestra grandeza se afirme en la consolidación que hagamos a la paz universal. No creamos que se crece para humillar; o que nuestro continente dirige sus esfuerzos para ser un capataz más. El crecimiento será inverso porque creceremos para la paz.
No queremos ser potencia o imperio para someter a nuestros hermanos. Queremos vivir con la dignidad del que valora la vida y la naturaleza, todo lo demás tiene el sabor de la vanidad.
El poder que se ejercerá desde este rincón del universo será un testimonio de la voluntad de Dios. Dios no quiere esclavos en su Paraíso ni mandarines en su Hacienda, quiere reyes de corazón: amos de su propia paz.
Hemos recorrido un camino de vergüenza. Nuestros hijos más queridos no han encontrado paz ni siquiera en sus tumbas y los estertores de las guerras fratricidas retumban con cascos de acero en las conciencias de nuestros mal llamados dirigentes.
No queremos compartir un destino de esclavitud o ser los herederos de las miserias que queden de nuestras riquezas; para ser pordioseros nos basta con recogernos en el interior de nuestros patios de humildad.
El Sol es soberano en todas las naciones y Bolívar es el Sol de Latinoamérica.
Nuestra sangre india, negra y española se ha integrado en un nuevo Ser y lleva en sí la universalidad de la especie. El moro, el gitano, el oriental, el genovés, el alemán, el francés, el inglés nos legaron en un beso y en mil caricias la majestuosidad de sus misterios terrenales; ahora nos corresponde defender con nuestro espíritu la integridad de nuestro Ser.
No todo es pasividad: sabemos que se acerca el día en que nuestra sangre se estreche en un mismo cauce de Amor.
No es quimera de ilusos el pretender unir en un solo cuerpo el tronco, la cabeza y las extremidades.
La unión que por toda fortaleza esgrime la economía es un campo de cizaña donde se ahoga la hermandad; no basta sentarse alrededor de una misma mesa para contar las ganancias del mes; la verdadera unidad la haremos integrando la cultura a través de la Educación. Que no nos enseñen más rencores: que nuestra palabra sea instrumento de unidad y paz.
No podemos permanecer callados mientras en nuestras calles se viva la miseria; no podemos ser indiferentes al dolor y al llanto que divaga por nuestras venas rotas. Debemos tomar plena conciencia de que no somos una simple estadística en la miseria, un número más en la injusticia social. Que nuestros pasos no topen más los rostros vacíos y tristes de los niños latinoamericanos… Que toda nuestra sangre hierva ante la presencia de un mendigo, un gamín, un miserable. La indiferencia, o la protesta silenciosa de un comentario entre amigos, son tan culpables como el mismo criminal que nos mata y nos agobia con sus estadísticas de maldad.
Tu conciencia no puede seguir rebajándose al límite de la locura, te han dado un precio de miseria y tu corazón lo han cubierto con cheques, con billetes…: riquezas de alcantarilla que embotan tu honor.
Tu tranquilidad individual está cimentada en los cientos de cadáveres de los seres humanos que ignoraste y vendiste: su clamor sube desde el cielo a la tierra y tus hijos vivirán el infierno que trataste de ignorar.
Como perros obedientes lamemos la mano del tirano y del verdugo; nos hemos convertido en espectáculo de circo para divertir al avariento que nos da sus migajas.
Y aun nuestros llamados artistas han hecho de sus dones un simple y miserable privilegio; todo su arte, todo su canto, toda su poesía, toda su grandeza prostituida y deformada. Se han convertido en una mueca que aprueba el cinismo de los poderosos, rebajándose hasta el infierno de compartir sus camas y sus mesas de oprobio y de vergüenza.
Hemos convertido en héroes a los asesinos de nuestra paz. Y toda Latinoamérica llora como niño tierno la vergüenza de nuestro deshonor.
Nuestras Universidades se han especializado en vomitar parásitos que todo lo saben y que nada pueden: un elemento especializado que se venderá al mejor postor porque carece de ideales, de sueños, de ambiciones que alimenten el Espíritu de Dios. Ya ni siquiera Dios existe en Latinoamérica porque no hemos querido bajarlo de su cruz y lo que es peor aun, lo crucificamos diariamente en nuestro corazón.
Vámonos por los caminos de Latinoamérica y descubrámonos en su paisaje, que en cada hierba esté tu espíritu, que en todo árbol estés tú.
No podemos seguir desconociendo a la madre que nos parió con tanto amor: que todos sus dolores encuentren alivio en las manos de sus hijos que deambulan por la tierra como aves de ilusión.
Soy un Ciudadano Libre de Latinoamérica y me niego a continuar sus tradiciones de ramera barata. Y si mi carne está prostituida y se vende, escúpeme a la cara y sigue tú el camino que mi ambición no me permite alcanzar.
Y Vámonos por los caminos de Latinoamérica.
